En la misma habitación
una mujer y una flor.
La flor es una orquídea
y la mujer no existe.
A lo poco que recuerdo
la mujer es inexpresiva
y la orquídea no estaba.
Me ahorcaba la cavidad bucal,
la columna de su ego,
la paciencia milenaria.
La mujer y su cóncava palidez
enmudecía, se pudría,
disfrutaba de su extraño peinado.
Triangular, la piedra anular de su barbilla
de su tallo y de sus ojos
sonreía verde, sin mancha alguna.
El disco transparente, revelador
promiscuo encanto de su pistilo
perfecto radial, volador.
Todo en una habitación
llena de musgo, larga.
La flor no existía,
y la mujer, ¡oh, cómo me llenaba!
martes, 5 de enero de 2010
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