Resonancia eterna resumida a un segundo.
Destrucción del oído interno, repetición.
Es un sonido detestable que,
cual hechizo de radiograbadora,
me molesta con su inesperada sensualidad.
Movimientos rápidos.
Gritos.
No justifican
porque siempre es demasiada
sensibilidad sensorial.
Las voces como cuchillos
son de color rojo,
sangran al vibrar, sangran cuando entran.
Por eso escribo y no hablo,
aunque siempre la resonancia,
siempre la resonancia.
Los sonidos se amplían,
hasta los gestos mudos gritan.
Persisten.
Son bombas que nunca explotan
porque siempre es el último segundo.
Y una explosión
o una sonrisa
serán gratificantes
me aliviarán.
Me dejará de picar el cráneo,
no me quiero rascar más.
He aquí un cerebro necrosionado
por el smog del sonido
en su lucha por subsistir.
viernes, 25 de diciembre de 2009
Cacareo indebido
Hace mucho tiempo, los animalitos de la granja salieron de su hogar para recorrer su propio camino, ya que la monotonía de la perfección les molestaba. En él evolucionaron, formaron su ego y lo idolatraron. Al principio, cuando crearon la luz, vivían muy bien. Hicieron alfombras, candelas, e incluso teteras.
En los primeros días nunca olvidaban su hogar, lo recordaban con alegría y sencillez. Pero poco a poco toda su parafernalia, sus rituales, sus conversaciones hicieron que olvidaran de dónde provenían. Esto causó que la mayoría empezara a creer cosas distintas al resto, como que nunca habían salido de su hogar, o que su hogar está en todas partes. Y así, a medida que fue aumentando su población, grupos grandes se ponían de acuerdo para creer con devoción sus propias invenciones y verlas como divinas y trascendentales. Incluso habían animales que creían ser superiores a los demás y otros que ni si quiera creían en sí mismos.
En fin, el camino fue perdiendo su sentido. Empezó a hacerse más complejo, más desequilibrado, más ruidoso, más vivo.
Lo que antes era blanco se descompuso en miles de colores, emociones, lenguajes, movimientos, oscuridades. Todo era como una tetera llena de agua que estaba a punto de hervir.
Sigue así.
Lo que no sabemos, y no puedo inventar, es lo que pasará cuando el agua hierva y nuestra madre cocinera la use. El agua por sí misma recorrió su camino, desde la montaña donde la tomaron, después de una serie de procedimientos industriales y tuberías llegó a la cocina de nuestra casa. Nuestra casa querida. De donde salimos voluntariamente y hacia donde vamos involuntariamente. La pregunta es: ¿por qué salimos? ¿Acaso salimos?
En los primeros días nunca olvidaban su hogar, lo recordaban con alegría y sencillez. Pero poco a poco toda su parafernalia, sus rituales, sus conversaciones hicieron que olvidaran de dónde provenían. Esto causó que la mayoría empezara a creer cosas distintas al resto, como que nunca habían salido de su hogar, o que su hogar está en todas partes. Y así, a medida que fue aumentando su población, grupos grandes se ponían de acuerdo para creer con devoción sus propias invenciones y verlas como divinas y trascendentales. Incluso habían animales que creían ser superiores a los demás y otros que ni si quiera creían en sí mismos.
En fin, el camino fue perdiendo su sentido. Empezó a hacerse más complejo, más desequilibrado, más ruidoso, más vivo.
Lo que antes era blanco se descompuso en miles de colores, emociones, lenguajes, movimientos, oscuridades. Todo era como una tetera llena de agua que estaba a punto de hervir.
Sigue así.
Lo que no sabemos, y no puedo inventar, es lo que pasará cuando el agua hierva y nuestra madre cocinera la use. El agua por sí misma recorrió su camino, desde la montaña donde la tomaron, después de una serie de procedimientos industriales y tuberías llegó a la cocina de nuestra casa. Nuestra casa querida. De donde salimos voluntariamente y hacia donde vamos involuntariamente. La pregunta es: ¿por qué salimos? ¿Acaso salimos?
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